Un fósil es cualquier resto o evidencia de un organismo extinto. En el caso de los vertebrados, los vestigios más comunes suelen ser dientes y huesos fosilizados; pero, también se preservan pisadas (icnitas), huevos (oolitos), excrementos (coprolitos) y, en casos excepcionales se han conservado tejidos blandos como restos de piel, pelo, plumas o cartílago.
Para que un organismo se fosilice, sus restos deben enterrarse rápidamente, de tal manera que no sea destruido por agentes ambientales o biológicos como la lluvia, u organismos carroñeros, etc. Las condiciones que favorecen la fosilización de animales vertebrados e invertebrados se presentan con poca frecuencia en la naturaleza, por lo que los fósiles son muy escasos. Así, en numerosas ocasiones, un solo hueso o algunos dientes, es lo único que se conoce de especies que habitaron la tierra hace millones de años. Por esta razón, los fósiles de poseen un enorme interés y valor científico.
EL TRABAJO PALEONTOLÓGICO
Al observar y comparar los restos fósiles, el paleontólogo encuentra evidencia de las características y evolución de la vida a través del tiempo. El estudio de los fósiles es en esencia morfológico-comparativo que permite realizar interpretaciones en el campo de la anatomía funcional, sistemática, evolución, paleoecología, paleobiogeografía, tafonomía, bioestratigrafía, etc.
La paleontología permite entender la actual biodiversidad y distribución de los seres vivos sobre la tierra y ofrece herramientas para el análisis de cómo fenómenos climáticos y geológicos podrían afectar nuestro planeta en el futuro.